La Calaverita

 



Pues ahí iba un señor con su pequeña hija por las flores y la fruta para hacer la ofrenda a sus difuntos. El día era soleado pero con un viento frío, característico del otoño. Como cada año, en día de muertos el mercado crecía y crecía y se formaba un tianguis impresionante ya que muchos campesinos llevaban sus productos a vender y mucha gente iba a surtirse de sus cosas; y ahí iban, comprando flores de cempasúchitl con ese hermoso y brillante color naranja que tanto las caracteriza, unas calaveritas de azúcar llenas de color y con una variedad de nombres tan extensa como diversa, nombres como Susana, Juan Manuel, Román, Rosalí y muchos más, veladoras de diversos tamaños que como bien sabemos ayudan a las almas a encontrar de regreso el camino a casa. También se alcanzaba a ver la fruta y el papel picado de colores. Está demás decir que se percibía un aroma intenso a copal que definitivamente no podía faltar en el altar de día de muertos. Tanto el padre como la hija iban admirando todo este folclor cuando de repente se pierde la chavita en el mercado, es un decir, porque la niña se quedó observando unas calaveritas de cartón hechas por un joven artesano que estaban sobre una mesita. Este, al ver la mirada de asombro y alegría de la pequeña, le dijo que las tomara para que viera cómo estaban hechas, mientras pintaba otras que tenía, pero le faltaban algunos detalles de color. Había de todo: campesinos, perros, niños, mujeres, hombres, gatos, gallos, una gran variedad de personajes, hasta una tumba con forma de entrada o salida hacía algún lugar. Además, un diablito y un angelito. El joven quedó asombrado al ver cómo la niña armaba una escena con los muñecos, los formó a todos hacia la entrada de la tumba. Al frente puso a un perrito, después a un campesino, atrás a un catrín muy elegante y a su lado la infaltable catrina. Colocó a unos niños y en medio de ellos, un gatito. En la escena parecía que iban jugando con su mascota. La verdad es que le quedó muy bonito todo el escenario.


Mientras la niña jugaba el señor, muy angustiado, la buscaba. Se le hizo eterno el tiempo mirando por todas partes y entre toda la gente en el mercado; de hecho, pensó que no llegaría a encontrarla y ‘nombre la que se le iba a armar con su señora, yo creo que ahora sí hasta chancla le tocaba... Aunque en realidad solo fueron unos pocos minutos, respiró profundamente y se calmó un poco - Por aquí debe de andar - se dijo. Regresó por donde había caminado y de repente la encontró, suspiró aliviado: ahí estaba su niña jugando con las calaveritas. Enseguida le preguntó al chico ¿No hizo nada malo? ¿Te debo algo? El joven sonriendo le dijo que no, que no había ningún problema, que de hecho él la había invitado a jugar con ellas. La niña estaba muy tranquila y entretenida y el papá le preguntó -¿Quieres una?, la niña muy entusiasmada dijo - ¡Sí! y escogió al perrito. El chico le dijo que se la regalaba, la niña sonrió ampliamente y le dijo: -¡Gracias!


El padre le dio la mano a su hijita y se fueron a comprar la fruta. El señor le pidió que ya no se le separara. A la salida tenían que pasar otra vez por el puesto del artesano, el señor le quería dar un poco de fruta en agradecimiento por haber cuidado a su pequeña, pero cuando pasaron... ¡El puesto ya no estaba! El señor preguntó a los otros vendedores por el joven de las calaveritas y le dijeron: ¡Uy no, don, ese muchacho estiró la pata hace mucho tiempo! Asombrado, el señor agradeció la información y se retiró viendo la calaverita que llevaba entre las manos su hija.


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